Por: Debra L. Reuben, Ph.D.
Especialista en Psicología Clínica
La muerte de un hijo – impensable, fuera del orden natural – es un suceso devastador. Sea por enfermedad, por un acto no-intencional, por mano ajena o mano propia, por un acto de violencia o una condición médica, la tarea que confronta cada padre y madre ante la muerte de su hijo es aprender a coexistir con esta terrible ausencia y las múltiples pérdidas que ocasiona. Cada vivencia es única, no hay una regla o norma que aplica a todos por igual. Aun cuando de una pareja se trata, la pérdida trae matices particulares, igual la manera y el tiempo requeridos para procesarla.
Muchos padres que han tenido que enfrentar el fallecimiento de un hijo – ya sea por acto súbito o aun cuando sabían con anticipación sobre la posibilidad de la muerte – han descrito el choque inicial. Sumergidos por el dolor inmenso, muchos experimentan deseos de retirarse o aislarse. Puede que sientan dolores físicos, que pierdan el apetito, que no duerman o que experimenten el sueño perturbado. Algunas personas pueden perder interés en el futuro, se les hace difícil atender a los demás hijos y hasta piensan en irse con el muerto. Es posible que se sientan culpables, que crean que no cuidaron a su hijo suficientemente bien o que algo tuvieron que ver con las circunstancias que le produjo la muerte. Sus pensamientos giran alrededor del hijo perdido quedándose sin energía o deseos de nada más.
Estos son algunos aspectos del duelo intenso, lo que se llama el duelo agudo. Puede durar varios años, mucho más de lo que se piensa comúnmente. De hecho, hay evidencia de que los padres experimentan sintomatología depresiva y problemas cardiovasculares a una tasa elevada casi dos décadas luego de la muerte de un hijo.
Conscientes de esto, los profesionales e investigadores que trabajan con personas en duelo han explorado la posibilidad de que el proceso de duelo intenso puede prolongarse y complicarse. Aunque muchas personas vuelven a ser funcionales con el tiempo, hay otras cuyo proceso de adaptación es más difícil y no siempre exitoso. Se estima que entre un 10% a un 20% de las personas que pierden un ser querido pueden experimentar duelo complicado. Por eso se ha considerado establecer una categoría diagnóstica de duelo prolongado que se caracteriza entre otros aspectos por extrañar intensamente a la persona muerta, evitar objetos, lugares y experiencias asociados con la muerte del ser querido y preocuparse intensamente de la persona muerta.
Los criterios propuestos para el trastorno de duelo prolongado toman en cuenta las normas culturales o religiosas de duelo. Los investigadores y clínicos que apoyan incorporar el trastorno en los manuales diagnósticos plantean que se describe eficientemente la experiencia de muchas personas que luchan por tiempo extendido con sentimientos de pérdida profunda sin lograr sobreponerse, que el trastorno ha sido validado empíricamente y que se distingue de los trastornos depresivos y de ansiedad. Los que no favorecen incluir el trastorno propuesto expresan su preocupación con tratar un proceso normativo como es el duelo desde una óptica de patología, o sea, como si fuera una enfermedad. Señalan que la mayoría de las personas logran recobrar su equilibrio emocional a pesar de que continúan extrañando al muerto.
En términos generales, el proceso de duelo no está atado a la edad del hijo perdido. Los sentimientos de los padres son similares no importa si el niño tenía horas, días, meses, años o si no completó el embarazo. Según el Departamento de la Salud del Gobierno de Puerto Rico, la tasa de mortalidad fetal en el año 2015 fue 12.5 mientras la tasa de mortalidad perinatal fue 7.1 por cada 1,000 nacimientos. Las tasas de mortalidad pediátrica (de 1 a 22 años de edad) para el 2016 oscilaban entre 8.1 (10-14 años) a 100.0 (20-22 años) muertes por cada 100,000 jóvenes del mismo grupo de edad.
Las causas principales de muerte varían. Incluyen las lesiones no-intencionales para los más pequeños, las neoplasias, anomalías congénitas, enfermedades respiratorias, enfermedades del corazón, diabetes y los homicidios y suicidios para los niños más grandes, adolescentes y jóvenes adultos. Hay muertes como las prenatales y perinatales que muchas veces no se reconocen. Otros como las que ocurren mediante suicidio, asfixia autoerótica, violencia doméstica o intoxicación por sobredosis son estigmatizadas. Son muchas las familias afectadas, muchos los padres que tienen que emprender un camino para el cual nadie está preparado.
Perder un hijo es un factor de alto riesgo para el desarrollo de duelo complicado. El proceso de duelo ante la muerte de un hijo es intenso, complejo y duradero. Oscila en intensidad a través del tiempo. Las pérdidas son varias. Muchos padres han expresado sentir el futuro perdido. Hay sueños truncados, celebraciones y ocasiones significativas que nunca se realizarán, se sacude el rol de padre o de madre, se pierde el vínculo entre padre o madre e hijo y, además, las posibilidades de amar, cuidar y compartir con ese hijo. Se pierde un sentido de continuidad generacional. De estar en pareja, la relación se puede afectar. En la mamá, pueden surgir sentimientos de culpa y afectarse su autoimagen como mujer sobre todo si la muerte ocurre durante las etapas prenatal o perinatal. La pobreza representa otro factor de riesgo para la mujer ya que tiene que enfrentar estresores adicionales con menos recursos.
Participar en un grupo de apoyo puede ser de gran ayuda para los padres en luto y los hay disponibles tanto presenciales como por Internet. Hay terapias específicas para padres lidiando con el duelo complicado. También existe personal de apoyo especializado como son las doulas (acompañantes) de duelo.
Los que han perdido un hijo hablan de aprender a vivir con un hueco en el corazón. Es un camino duro y de muchas formas solitario. La vida cambia para siempre, nunca vuelve a ser igual. Sí, hay un proceso de sanación pero quedan cicatrices. ¿Cuáles factores mejoran la posibilidad de poder seguir adelante con la vida? Sobre todo -y consistente con las teorías de acoplamiento y resiliencia -figura el proceso de construir el significado del hijo y de su muerte. La construcción del significado de la muerte es muy personal. Contempla la elaboración del legado del hijo muerto, lo cual es una forma de mantener el vínculo para el presente y el futuro. Algunas familias integran al hijo ausente en las tradiciones familiares. Otras establecen una beca o fundación benéfica relacionada con la vida de su hijo. La construcción del significado de la muerte es una parte importante para poder avanzar en el proceso de sanación.
Así mismo, el apoyo social es fundamental. Los padres
necesitan ser escuchados sin sentir que están siendo juzgados. Precisan
consistencia, presencia, acompañamiento. Los padres necesitan hablar. Requieren
de tacto y sensibilidad. Decir: “Quisiera ayudarte, pero no sé cómo. ¿Qué puedo
hacer?” es un buen comienzo.